
Sìneag
Capítulo 1
Loch Ness, 517 d. C.
—¡Sìneag! —grita Eithne, mi hada hermana—. ¡Ven, ven, mira!
Elevo el rostro de las plantas de lavanda sobre las que he estado rociando la energía mágica del verano. Las dríades ayudamos a las plantas y los animales en dificultad. En ocasiones, también ayudamos a las personas, aunque la mayor parte del tiempo nos entretenemos viéndolas y haciéndoles bromas. En secreto, nos sentimos fascinadas por los seres humanos.
Eithne está sentada sobre las hojas de un olmo y observa a dos jinetes que siguen el camino que bordea lo que los humanos llaman el loch Ness, hacia el fuerte de Urquhart. Unas colinas verdes rodean el lago calmo y azulado que refleja el cielo.
Llena de curiosidad, salgo disparada para sentarme en la rama al lado de Eithne y los miro con atención. Se trata de un hombre y una mujer que están hablando y riendo. Él tiene los hombros anchos y lleva el cabello largo y oscuro amarrado con una cinta de cuero. La barba aceitada que se ha cortado y acicalado hace poco le llega hasta el cuello. Va con el torso desnudo, y tiene dibujado unos patrones de color celeste sobre los músculos duros del estómago y los bíceps del brazo derecho.
—Es muy guapo —señala Eithne.
—Sí, es guapo —coincido.
De hecho, es tan guapo que casi duele mirar esas cejas espesas y rectas sobre esos ojos profundos y negros. Sus rasgos son lineales: una nariz erguida, unos pómulos altos y una mandíbula cuadrada bajo la barba.
—¿Crees que es un mampostero? —pregunta Eithne.