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Segundo epílogo

Falnaird, Loch Awe, septiembre de 1309

Craig se quedó inmóvil en la entrada del gran salón, el corazón se le contrajo en respuesta al aroma floral y herbal del brezo fresco. Amy tenía el hábito de recoger las flores que estaban floreciendo y ponerlas en jarrones que ella misma hacía con arcilla. Cada una de las seis largas mesas, incluida la mesa del señor, tenía recipientes llenos de ramos de flores que le daban un aspecto más alegre y luminoso al ambiente. El clima había sido más cálido de lo habitual y el brezo todavía florecía, derramando tonos violetas y magentas sobre las colinas verde musgo que rodeaban Falnaird, las tierras de Craig.

Allí se encontraban los dos grandes amores de su vida: su esposa y su hija. Amy mecía a Jenny, de nueve meses, sobre la cadera mientras hablaba con Moibeal, la niñera. Amy llevaba el largo cabello cobrizo trenzado y recogido detrás de la cabeza en un rodete. Él sabía que lo hacía por motivos prácticos, pero, ante todo, el peinado resaltaba la pureza de su piel y esos ojos grandes con pestañas largas.

Jenny era toda una Cambel: tenía el cabello castaño y los ojos verdes ligeramente rasgados. Balbuceaba y se chupaba el puño y, cuando se volteó hacia él, le ofreció una brillante sonrisa que le cubrió el pequeño rostro dulce con mejillas sonrosadas.

—¡Babababa! —exclamó la niña sin quitarse el puño de la boca. Craig sintió que la sonrisa más tonta le levantaba las comisuras de los labios, una sonrisa que no podía detener, por más que quisiera.

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